La periodista tendría razón. Aquel beso sabía diferente, era diferente. Ni siquiera los de Sophie habían sido así.
Aquel beso sabía a algo más que deseo y saliva. Sabía a la noche de Munich, a la soledad en compañía de esa plaza ahora desierta. Sabía a nuestros cuerpos sentados en el empedrado, a nuestras manos intentando encontrar más resquicios de piel escondidos bajo nuestras ropas. Sabía a Selena y a mí y a las historias que nos habíamos contado y a las que nos quedaban por contar.
Aquel era un beso que, definitivamente, podíamos calificar de real, único y verdadero. Y era nuestro, solo nuestro.
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